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lunes, noviembre 01, 2010

Volar

Por Beatriz Paredes
lunes, 01 de noviembre de 2010


La fantasía de volar acompaña la historia humana. Desde Ícaro hasta los voladores de Papantla, el sueño de elevarse por los aires y, gracias a ello, sobreponer los obstáculos de orografías intrincadas, o superar océanos, ha sido una constante en el pensamiento mítico o en la búsqueda científica, hasta que, por fin, el genio del hombre inventó las máquinas de volar, los aviones. La historia del mundo cambió a partir del descubrimiento de la aviación. Lo que ha significado en la economía, el comercio, el turismo, la cultura, incluso, en las confrontaciones bélicas.
Pero que la sociedad pueda volar es mucho más que la existencia de aviones y personas capacitadas para tripularlos. Supone una muy compleja organización logística, tanto en la tierra —aeropuertos suficientes y seguros— como en el suministro suficiente de insumos —gas-avión, producción de aeronaves y sus requerimientos— y la adecuada administración del espacio aéreo. La suma de un cúmulo de factores que, en conjunto, se denomina “política aeronáutica”, y que por su naturaleza y combinación de elementos tiene que, necesariamente, ser de carácter público.
Una adecuada política aeronáutica resulta indispensable para un país que pretende insertarse en la modernidad. Supone una comprensión integral de todos los factores que inciden en que la aviación sea eficiente para el servicio de la población y para impulsar el desarrollo.
En los últimos años ha sido evidente que el Estado mexicano ha sido incapaz de establecer una política coherente en aeronáutica. Las consecuencias de esta miopía, ignorancia, o más grave aún —ojalá no lo sea— intereses leoninos, han llevado a México a tener una de las crisis más severas en materia de aviación de las que se tenga memoria.
Desde antes del problema de Mexicana de Aviación, que ha sacudido a la opinión pública nacional, había múltiples evidencias de la ineficiencia en este ámbito, y de la carencia de una visión integral que constituyera política de Estado. Recordemos la situación vinculada con el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, y cómo, en vez de consolidar un aeropuerto alternativo, definitivo, en el área metropolitana, que evitara la saturación del aeropuerto de la capital —la que si continúa así, algún día tendrá una catástrofe— han seguido ampliando las terminales, con expectativa comercial, sin su correlativa e indispensable ampliación de pistas de aterrizaje y despegue, sin cuya existencia no se puede afirmar la “ampliación del aeropuerto”; pero lo más delicado es la inadecuada gestión del espacio aéreo que llevó a las autoridades internacionales competentes, a degradar a nuestro país del nivel uno al nivel dos en materia de normas y cuidados de seguridad aérea.
Para qué mencionar la falta de conectividad entre regiones; la ausencia de vuelos a destinos turísticos claves; las altas tarifas; la falta de puentes aéreos entre polos estratégicos para la economía; la impuntualidad; las cancelaciones sin resarcir a los viajeros; la existencia de grandes aeropuertos subutilizados —Querétaro, por ejemplo— y el retraso en construir otros, necesarios. Aunado a todo esto, una embestida constante contra pilotos y aeromozas, porque han tenido el talento y la dignidad de conquistar salarios remuneradores para una actividad tan peligrosa y tensionante. Mi solidaridad, siempre, para con ellos y ellas.
Es exigible por la sociedad en su conjunto, una política aeronáutica de Estado, que respalde a nuestra economía y apoye el desarrollo de actividades estratégicas para la creación de empleos y captación de ingresos, que permita a los mexicanos trasladarse en el gran país que somos, que respalde al empresariado nacional que participe en la actividad, que contemple la variable de Seguridad Nacional; y, desde luego, que apoye al turismo. La potencia turística del país no podrá desplegarse mientras se sigan cometiendo errores crasos en materia de aviación. Hay errores menores, y hay errores graves cuyas repercusiones golpean estructuralmente a México. No hay que permitirlos.
correo@beatrizparedes.org

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