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jueves, febrero 21, 2008

Fumar es un placer.- José Woldenberg

Dos son las razones fundamentales que se han repetido para intentar prohibir que en los recintos cerrados se pueda fumar:a) que produce daños a la salud y b) que afecta a terceros.A) Sólo los necios pueden afirmar que fumar resulta intrascendente. Está demostrado que afecta a la salud, específicamente al sistema respiratorio y puede producir cáncer o enfisema pulmonar. Pero: ¿eso legitima que el Estado prohíba fumar? Mi respuesta es no.El Estado tiene el deber de alertar sobre los eventuales males que acarrea fumar, puede y debe desplegar intensas campañas informativas, puede y debe prohibir que se les vendan cigarros y puros a los menores de edad, puede y debe regular las campañas publicitarias, pero aunque puede, no debe prohibir a los mayores de edad fumar. Se trata de una decisión personal e intransferible.La tutela estatal tiene límites y uno de ellos es la esfera de las libertades de los individuos, incluso si éstos se hacen daño a sí mismos. Fumar afecta la salud, pero los fumadores logran no pocas recompensas, entre ellas, el placer de aspirar el humo y la sensación apacible que ello produce. Deleite evanescente, efímero, adictivo, pero real. (Algo que no pueden entender los integristas del no tabaco o los apóstoles de la salud). Los tacos de pato son una inyección de colesterol directa a la sangre y nadie pretende suprimirlos, manejar una moto en la Ciudad de México puede ser la antesala de un grave accidente y ninguno intenta sacarlas de circulación.No son siquiera conductas irracionales porque los beneficios y estragos que causan se encuentran mezclados y son difíciles de discernir. "¿Me comporto de manera irracional si sigo fumando a pesar de saber que tengo un 0.3 de probabilidades de morir de un cáncer de pulmón? En efecto, mi comportamiento es irracional si he decidido que la prolongación de mi vida es el valor supremo al que están supeditados todos los demás valores y que no emprenderé ninguna acción que, con cierta probabilidad, acorte mi supuesta longevidad; por ejemplo, evitaré viajar en avión, conducir coches, escalar montañas, pasear por la calle, exponerme al estrés, entrar en conflictos, fundar una familia, no fundar una familia (lo uno y lo otro es igual de peligroso), visitar Nueva York o participar en la política, en guerras o en negocios... debería observar todas las reglas de la dietética, que cambian de año en año -no transcurre ni una semana sin que lea una nueva advertencia contra algún producto alimenticio: el azúcar, la mantequilla, los huevos, la carne, el café...-, el único alimento acerca del cual he leído últimamente algo positivo ha sido el alcohol (yo también: JW), y lo más probable es que, si quisiera ser consecuente, moriría racionalmente de hambre o de pena" (Leszek Kolakowski, Por qué tengo razón en todo, Melusina, España, 2007, p. 228).El párrafo de Kolakowski irradia ironía, pero en efecto, el Estado no tiene ni la posibilidad ni menos la obligación de evitarnos la infelicidad autoconstruida. El Estado no es (no debería ser) un prefecto de escuela.B) Si unos fuman afectan a terceros. Se trata del argumento de mayor peso que he escuchado y leído. Más allá de que existen estudios contradictorios en relación con los efectos sobre los llamados "fumadores pasivos", el solo hecho de que alguien se sienta afectado por lo que hace su vecino debería llamar a nuestra reflexión y atender ese malestar. Así se trate sólo de un malestar subjetivo -aunque se probara que en nada daña al que no fuma el humo de sus vecinos-, habría que reconocer y resolver la demanda. De la misma manera nadie debería poder "llevar gallo a su amada" si con sus berridos despierta a 100 personas que viven en el mismo edificio y nadie debería estacionar su coche a la mitad de una avenida, interrumpiendo el tráfico de miles, sólo porque lleva a sus escuincles a la escuela. En efecto, "el respeto al derecho ajeno es la paz", y nadie tiene por qué estar expuesto al humo de los demás si a él le molesta.En ese terreno (creo) tienen la razón los no fumadores a los que les molestan los fumadores. Y están en su derecho de exigir un "ambiente limpio" para ellos, sus acompañantes y sus hijos.¿Pero ello supone que se deba prohibir en todo espacio cerrado la posibilidad de fumar? No. La receta civilizada sería que en bares, restaurantes, antros, etcétera, se estableciera con claridad, desde la entrada, y con letras monumentales, si en ese recinto se permite o no fumar. Dada la moda saludable y la expansión de los no fumadores, se multiplicarían los lugares donde estaría prohibido fumar. Por razones de mercado (es decir, de conveniencia), miles de establecimientos decidirían convertirse en lugares libres de fumadores. De esa manera los restauranteros y sus clientes estarían felices en medio de un ambiente sano, sin humo y "malos olores".No obstante, debe preservarse la posibilidad de que existan antros, cantinas, discotecas, etcétera, donde se pueda fumar. A ellos asistirían (asistiríamos) los que no queremos o no podemos dejar el "vicio". Esos lugares también tendrían una clientela importante.Y por supuesto podría haber lugares con secciones para fumar y secciones libres de humo, siempre y cuando las dimensiones y características del lugar lo permitieran. Porque lo más probable es que no fumadores -no fanatizados- estén dispuestos a convivir con sus amigos fumadores y a la inversa. Al final, de lo que se trata es de construir fórmulas de convivencia civilizada y no pensar en la sociedad como si fuera un reformatorio."Fumar es un placer", canta Sarita Montiel. Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
http://www.reforma.com/editoriales/nacional/429/856401/default.shtm

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