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sábado, agosto 22, 2009

Otra galaxia

Jaime Sánchez Susarrey
22 Ago. 09

Diversos indicadores confirman que la inseguridad se ha agravado. Elementos como la brutalidad de la violencia, el terrorismo contra la población y la interconexión entre bandas y delitos deben ser considerados

Escogió el peor de los momentos y esgrimió un pésimo argumento. Felipe Calderón siguió las huellas del procurador general de la República. El grado de violencia que vive México, dijo, ha sido magnificado. Mientras aquí se registran 12 homicidios por cada 100 mil habitantes, en Colombia ocurren 38 y en Brasil 24, para no mencionar el caso de Nueva Orleans en Estados Unidos con 67 asesinatos. La conclusión del Presidente fue muy parecida a la de Medina Mora: quienes viven de la crítica han difundido una falsa imagen de lo que ocurre en nuestro país.

Calderón hizo esta declaración en el Invest México Forum el pasado miércoles 19. Respondió, así, a México Unido Contra la Delincuencia y a la Fundación México S.O.S., que preside Alejandro Martí. Ambas organizaciones, particularmente la primera, criticaron al gobierno federal, a los gobernadores y a los alcaldes por incumplir los compromisos del Acuerdo Nacional por la Seguridad, firmado el 21 de agosto del año pasado. La intolerancia del Presidente es condenable, pero preocupa más su ceguera. Negar la realidad es una forma de evadir la responsabilidad.

Calderón utilizó un solo indicador, pero hay otros -cuantitativos y cualitativos- que confirman que el problema de la inseguridad se ha agravado. Para empezar el número de asesinatos no le da la razón. Mientras que en los 12 meses previos al 21/08/08, día en que se firmó el Acuerdo Nacional por la Seguridad, se registraron 3 mil 742 ejecuciones, en los 12 meses posteriores las ejecuciones ascendieron a 7 mil 296. Esto significa que el promedio de ejecuciones diarias pasó de 10 a 20.

Cabe precisar que Chihuahua, Baja California, Michoacán, Guerrero, Durango y Sinaloa concentran el 82 por ciento de esas ejecuciones. Pero sería ingenuo e inexacto concluir que el problema está confinado en esas seis entidades. Los enfrentamientos y la penetración del crimen organizado se registran en ciudades de primera importancia, como Monterrey, y en estados como Veracruz, Aguascalientes y Tamaulipas -por mencionar los más sonados.

Pero además, el grado de violencia debe medirse por otros indicadores. No basta considerar el número de asesinatos por cada 100 mil habitantes. No es lo mismo que mil homicidios sean efecto de riñas o intentos de robo y se den a lo largo y ancho de un país a que se localicen en una comunidad específica con intenciones de exterminio. Y tampoco es lo mismo que los 67 homicidios en Nueva Orleans sean efectuados por delincuentes comunes a que los 38 de Colombia estén relacionados con la guerrilla y el narcotráfico.

En el caso de México es indispensable considerar los siguientes elementos.

1. La brutalidad de la violencia. Las decapitaciones y las ejecuciones masivas se han vuelto moneda corriente. Sin embargo son de fechas recientes. Las primeras cabezas, lanzadas en una pista de baile en Uruapan, datan de septiembre de 2006. Fueron la tarjeta de presentación de La Familia. Desde entonces han proliferado por toda la República. Otro tanto puede decirse de las ejecuciones masivas. Por lo demás, la brutalidad se extiende a las víctimas de los secuestros que son mutiladas y torturadas. Estas barbaridades, en el sentido literal de la palabra, forman parte de la espiral de la violencia.

2. Terrorismo contra la población. El próximo 15 de septiembre se cumplirá un año del estallido de dos granadas en Morelia. Independientemente de cuál haya sido su objetivo, atemorizar al gobierno o calentar la plaza para que se persiguiera a La Familia, lo cierto es que fue un ataque contra ciudadanos indefensos y ajenos a los narcotraficantes. En Ciudad Juárez acaba de repetirse la historia. El pasado lunes un grupo de sicarios entró a un bar, Seven & Seven, lo tomaron durante 40 minutos, eligieron al azar, a la voz de tin marín, a ocho parroquianos y los ejecutaron. Se trata, en ambos casos y en sentido estricto, de narcoterrorismo. Otra forma de la espiral de la violencia.

3. Ejecuciones de funcionarios de primer nivel. Menciono los casos más notables. Édgar Millán Gómez, jefe de la Policía Federal Preventiva, fue asesinado el 8 de mayo de 2008 en la Ciudad de México. En su lugar fue nombrado Garay Cadena, que resultó estar al servicio del cártel de los Beltrán Leyva. El general de brigada Mauro Tello Quiñones fue asesinado, después de haber sido brutalmente torturado, el 3 de febrero en Cancún. En esta lista se podría incluir a Santiago Vasconcelos, subprocurador contra la delincuencia organizada, que fue objeto de cinco atentados antes del accidente que le costó la vida.

4. Tácticas guerrilleras y control de territorios. Los ataques contra destacamentos del Ejército, cuarteles de la Policía Federal y policías estatales se han multiplicado. Se caracterizan por la rapidez y la superioridad de fuego de los sicarios. A ello se agrega el control de territorios donde el Ejército no entra o la cooptación de municipios.

5. Existe una interconexión entre bandas y delitos. El narcotráfico se vincula con secuestro, extorsión, cobro de derecho de piso, piratería y giros negros. Por esa vía los ciudadanos son víctimas directas del crimen organizado de manera sistemática.

6. Redes sociales. Y por si todo lo anterior fuese poco, las movilizaciones en 10 ciudades contra el Ejército y las detenciones de alcaldes confirman que el crimen organizado tiene bases sociales importantes.

Cómo minimizar entonces el grado de violencia que existe en México. Sólo hay una manera: siendo presidente de la República y habitando en otra galaxia. Porque para el ciudadano común las cosas son claras y terribles.
http://www.reforma.com/editoriales/nacional/514/1027141/default.shtm

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